viernes, 16 de noviembre de 2012

Huelga ¿Y ahora qué?

Hubo huelga general. Un éxito, según los organizadores; un fracaso rotundo, según el Gobierno central y sus medios afines. En cualquier caso, en Canarias hubo manifestaciones nada despreciables, muy concurridas que dejan ver que hay mucho descontento en las calles, hartazgo sin precedentes, indignación, miedo y preocupación por el futuro en dosis nunca vistas por mi hasta ahora. Es obvio que avanzar como sociedad en estas condiciones es más que difícil, por más que uno quiera tener y buscar optimismo en cada rincón, sin caer en el éxtasis de los brotes verdes, que uno ya está mayor para que me tomen el pelo.
El caso es que hubo huelga general, muy seguida --sin entrar en guerra de cifras--en el sector público y los transportes, que ya hacen que sea complicada la jornada laboral para el que quiera trabajar. Hubo cierta parálisis en la producción, no vale la pena negarlo, aunque en el sector privado, lo que va quedando de el, la normalidad fue la nota predominante, al menos en mi opinión.
Ahora bien, ¿cómo se mide el éxito de una huelga general? Desde luego me niego a hacerlo sumando los manifestantes o la actividad que no se hizo o los paros generados. Esos son sólo expresiones de la misma huelga. Concluyo que el éxito o fracaso de una acción tan determinante como una huelga general va en función del gran objetivo pretendido, que es el cambio en la política económica del Gobierno. ¿Eso se ha conseguido o al menos se ha avanzado en esa dirección? Yo lo dudo mucho, por el contrario, estoy por afirmar que en este sentido el fracaso ha sido estrepitoso. Y ello por la simple razón de que el Gobierno no puede cambiar ni una coma de una política que no es suya, en realidad es de Alemania y no es que la receta económica no funcione. En realidad funciona perfectamente, como un reloj.
Lo que está ocurriendo aquí se puede explicar siguiendo el ejemplo de otros países. En EEUU hay un 9% de paro. El gobierno de Obama ha puesto el paro como objetivo a combatir y por ello sigue una política adecuada. Baja los impuestos y sube la inversión pública. En conjunto sube el gasto público. Eso le provoca algún desajuste en el presupuesto y algo de inflación, pero tiene la maquina del dinero en su mano y basta con que la Reserva Federal emita dinero para que el conjunto funciones y se cree empleo en Norteamérica. Vamos a Europa. En Alemania hay un 6% de paro. El desempleo no es un objetivo a combatir. Al revés, en los países del norte de Europa es el déficit público el problema, no el paro. Y se hace una política adecuada para ello. Es decir, se suben los impuestos y se recorta el gasto público. ¿Qué pasa en España? Pues que el señor Rajoy está obligado a aplicar la política que le conviene a Alemania, de menos gasto público y más impuestos y esto genera paro. Así de claro. ¿Y por qué hacer una política que no nos conviene? Porque los bancos alemanes financian el déficit español y esos bancos y el gobierno de Angela Merkel imponen seguridad para esos acreedores. En resumen, en España no se puede cambiar ni una coma de esta política mientras no cambien las prioridades en los países del Norte, mientras Alemania no se lance a combatir el paro, cosa difícil cuando es bajo el desempleo. Así pues, aunque el 14 hubiera salido a la calle el Rey, el margen de maniobra para Rajoy se limita a decir dónde mete la tijera y para el Gobierno de Canarias, peor, porque el margen de deuda de las comunidades autónomas es muy bajo y las obligaciones de gasto enormes.
Me preguntarán dónde está el optimismo y eso digo yo. Pues soy optimista. Me pueden llamar ingenuo pero creo en nuestra gente y en nuestra capacidad de trabajo, ingenio, sacrificio y resistencia. Evidentemente no tengo datos en la mesa para afirmar que la recuperación es posible. Es fe, sólo eso, creer en lo que no se ve.

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